EL HOMBRE QUE ENCONTRÓ SUS ALAS- Poesía para volar


EL HOMBRE QUE ENCONTRÓ SUS ALAS

Días y días con el correr de las ventanas.
Las plantas crecían y las venenosas mataban.
Relojes de arena desfallecían al alba
y la muerte podía pasar a visitar tu morada
como si nada.

El hombre, como el resto de los otros
trabajaba, comía y trabajaba.
Corría con el correr de los días
y los días corriendo lo apresaban.
Nunca descansaba.

Caminaba por calles desiertas
plantando flores sintéticas.
Con sus zapatos de goma
pisaba la tierra arenosa.
Donde podrían haber crecido vides,
y el fruto podrían haber sido manzanas, ciruelas y peras.
¡Tantas cosas, pero tanta ceguera!

El hombre no pensaba.
Sólo hacía y trabajaba.

Hasta que un día vio a la flor
y algo se le movió en el interior.
No sabía qué era
pero presentía que él pertenecía a ella.
Y ella pertenecía a él.
Eran complementarios,
como el amor fiel.

La biblioteca abandonada
tenía olor a páginas viejas y ajadas.
Pero aún así, allí el hombre encontraría sus alas
y pronto las batiría con una fuerza hermosa y cálida.

Corrió las páginas y leyó acerca del tiempo,
de la tierra y de las aguas.
Y el conocimiento cultivó su intelecto
gracias a ese pequeño esfuerzo.

Y entonces supo, se hizo la luz,
supo que el mundo necesitaba a esa flor,
a esa flor tan bella, simple y perfecta.
A esa flor que le devolvió algo de su profunda naturaleza.
A esa flor que le devolvió el amor
por las cosas puras y no por las sintéticas.

Pero la flor no duró por siempre.
El invierno llegó y se la llevó.
La cubrió de nieve y escarcha.
Y de aquella planta no quedó ni huellas ni nada.

Y el hombre lloró en su almohada,
dibujó en papeles a su flor amada.
Pero eso no la devolvió a la vida,
y sus alas
ahora parecían cortadas.
Para siempre idas,
por siempre calmas.

El hombre no era como el resto de los otros.
No trabajaba; sólo comía y callaba.
Caminaba con el correr de los días
y los días caminando de a poco lo oscurecían.

Y descansó
un día o dos.

Tres meses pasaron,
y el hombre salió con la luz del sol.
Descansado profundamente
sus alas al cielo batió.
Se habían generado nuevamente
y el hombre al verlas, feliz sonrió.

La primavera llegaba apresurada
corría y deshacía la nieve y la escarcha.

Y el hombre, con sus alas
podía ver que todo florecía, y él amaba
ver la tierra colorida.
Aunque ésta se redujera a ser una sola flor bonita.

Su flor, su vida,
y como si nada, buscó semillas,
en el fondo de la tierra
cerca de su flor nuevecita.

Y volando aún está plantando
pequeñas y lindas semillas.

El hombre que encontró sus alas.
El hombre que volvió a la vida
reencontrándose con su naturaleza
y con su esencia divina.



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