LA ISLA-Poema para naufragar


LA ISLA

Encerrada como una rata de laboratorio
escribiendo sobre la vida sin conocerla.
Hablando sobre plantas cuando nunca toqué la tierra.
Empecé a crear en mi mente el odio
de un común resentido social.
Que siempre va hacia ningún lugar,
que sigue las normas que rigen esta vida contradictoria.
Las que te dan de comer y las que te hacen morir de hambre.
Ya no soportaba tanta impotencia.
Las ganas de salir corriendo de la iglesia
para gritar ¡soy el anticristo!
Sólo para apartar de mi camino
a los testigos, mormones y judíos
que se bañaban de sol
aquel plácido día domingo.

Quería bailar, quería festejar,
tirar las normas por la ventana
y salir con la maleta vacía de mi casa.
Que ya no es hogar,
que nunca lo fue
y yo nunca lo quise aceptar.
A veces vivimos sumergidos en mentiras
que luego nos parecen verdades de una realidad infinita.
Y creemos que eso nunca cambiará.
Pero no es verdad.

Necesitaba escapar de esa vida de mentira,
de esa sociedad colmada de hipocresía.
De dios, de las normas, del colegio, de vos.
Que nunca intentaste conocerme
y siempre, siempre a pesar de mis esfuerzos
me fuiste indiferente.
Pero eso, en vez de dolerme
me hizo darme cuenta de que no nací para complacerte…
¡Pedazo de materia inerte!
A veces alejarse es la mejor manera de acercarse.

Corrí como nunca,
con la única compañía de la luna,
atravesando mares y lagos
hasta que llegué al inmenso mar.
El amigo de los poetas y el de los que quieren echarse a andar.
Lejos, bien lejos del mundo social y de sus complejos.

Buscando un nuevo mundo, allí estaba yo.
Segura de que encontraría, por lo menos una isla.
La isla de mis sueños estaba esperándome
cuando el sol salió y éste me encandiló.

La recibí a la isla como se la merece.
Era yo un náufrago que al fin llegaba a un puerto alegre
colmado de lágrimas y de gritos celestes
gritaba que el cielo me cubría los ojos
y que ya no existían más cerrojos.

Pasó el tiempo
y éste se me escurrió como el agua salada entre los dedos.
Siempre dejaba que el fuego de la fogata
encendiera mi alma nueva
y veía cómo la noche se colmaba de estrellas
y mi mente de soledad de la buena.

Pasó más tiempo.
Tiempo, cielos nuevos, mares y sueños.
Y la soledad me consumía en ese entonces, enero.
Si bien no quería ser lo que fui antes de la isla
no deseaba quedarme atada a ella de por vida.
Extrañaba a esas personas
que me ponían la piel de gallina.
Sólo el tiempo diría
si podría superar a la isla.
O si volvería, y me ataría a las palmeras y a la arena.
Quien sabría, casi siempre me aburría
y me cansaba de mirar las estrellas y la fogata, quería cosas nuevas…

Y de tanto pedirlo, de tanto soñarlo…
Volví
con la maleta vacía
pero con la sabiduría de la naturaleza florecida en mis arterias y venas.
En mi alma nueva, ahora alma de artista
que ya no precisaba volver a la isla,
porque todo lo que quería y necesitaba estaba en su cabeza
y en la forma de buscar soluciones nuevas
a esta vida que ya no es más mentira.
Esta vida que es una niña
que corre feliz, que canta hasta dormirse.
Y que escribe en verso libre
todo lo que se le ocurre
y no todo lo que se le pide.



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