IT FEELS LIKE WE ONLY GO BACKWARDS- Poema para pensarks
IT FEELS LIKE WE ONLY
GO BACKWARDS
Poema inspirado en el ensayo de Sigmund Freud “El malestar en la cultura” y en la
canción de Tame Impala “Feels like we
only go backwards” del álbum Lonerism editado en 2012.
“Da la sensación de
que sólo voy hacia atrás, nena.
Todas mis partes me
dicen “adelante”.
Me hago ilusiones otra
vez, oh no, no otra vez, no.
Tengo la sensación de
que sólo vamos hacia atrás, cariño”.
Fragmento de la canción.
Volvía de una clase de la facultad
y pensé en algo que poco a poco me iba martirizando.
Felicidad, felicidad, felicidad.
Felicidad.
Dónde estás, dónde te ocultás de las personas.
Debés estar riéndote de todos nosotros en algún lugar.
Traté de encontrarte
en libros de poesía, en libros de arte.
Pero sólo hallé tu contrario:
sufrimiento, melancolía, angustia.
Melancolía, tal vez la razón
por la que me gusta tanto la banda “Estelares”.
Melancolía, lo colma todo.
Mi caligrafía,
mi mirada, mi odio.
La música, mi madre,
mis pensamientos rotos.
Mis hermanos.
El mundo entero melancolizado.
Lo veo en Facebook, en Instagram
la gente la lleva como una cruz a todos lados.
Lo notás en sus ojos,
hasta cuando están cerrados.
Ese día llegué a casa con los ojos siesteros
y cual animal instintivo
que busca el placer como busca un abrigo
me tiré en la inmensa cama de mis padres.
Me sentí el ombligo del mundo,
casi feliz, casi omnipotente.
Me imaginé toda rodeada de pasto verde,
sola, durmiendo.
Como en ese exacto momento.
Pero aun así los sueños
te gritan que nada es del todo placentero.
Sólo esa efímera sensación de que no pasa nada,
todo está quieto.
Corre tranquila el agua,
y estás casi contento.
Pero luego te llaman
y la realidad te grita
“nena, se cortó el agua,
calentá la olla, buscate unas toallas”.
It feels like we only go backards
(Fuck the police, fuck the system.
Fuck everything).
Una siesta eterna era imposible.
Mucho que leer, el mundo grita:
“léeme, bébeme, cómeme”.
Y yo ahí, en la tumba enterrada con frazadas.
Maldije a todos
“¿porqué no puedo sentir la felicidad
si me esfuerzo más que los demás en hallarla?
¿No es ése el objetivo principal
del hombre que vive en sociedad?”
Y otras preguntas por el estilo
me hacían hervir el cerebro,
hervir el mundo tuyo y mío.
Pero sobre todo el mundo de ellos.
Porque mientras me lavaba con un tarro de lata
los imaginé.
En sus bañeras blancas y perladas,
con todo el cuerpo sumergido
en calientes y límpidas aguas.
Imaginé sus pastos verdes recién cortados,
interminables a los ojos pobres y humanos.
Yo me consolaba
con tirarme en la cama de mis padres
e imaginarme. Solamente imaginarme.
¿Por qué parece que algunos
van hacia atrás y otros siempre hacia adelante?
¿Por qué algunos pueden tener
ropa de cien mil colores
y otros austeros y negros ropajes?
It feels like we only go backwards, baby.
¿Qué acaso la felicidad no es
sólo cuando es compartida?
¿Entonces por qué razón no podía
ir a la casa de mi vecina
y rogarle de rodillas
usar el baño para asearme?
Hay muros más grandes que otros muros
me dije en lo más profundo
y seguí lavándome la cabeza
como si viviera en la Edad Media.
Pero entonces algo pasó.
No sé cómo explicarlo,
se sintió extraño y satisfactorio,
y fue como si el millón de neuronas de todos los grandes
cerebros
del mundo entero se concentraran en mí
y en mi pensamiento.
Y fui feliz.
A pesar de que el agua no me cayera de las alturas
cuando vacié el tarro en mi espalda
me sentí levemente y suavemente acariciada.
Fue mágico, como un juego
en el que yo decidía qué parte mojar
qué parte refregar más.
No tenía servidumbre ni ducha eléctrica.
Y una bañera
me pareció el insulto más grande
y un desperdicio evitable.
Cada vez que echaba el tarro de agua en mi cuerpo
me sentía dichosa y humana.
Y la canción de Tame Impala
me susurró tiernamente al oído
It feels like we only go backwards.
Y me sentí libre y feliz en mi propia casa.
Hasta que los imaginé a ellos
con sus celulares último modelo,
con sus ropas de diseñadores.
Tantos flashes de las cámaras
los convertían en pájaros ciegos.
Y tuve pena porque eran
como niños
caprichosos.
Surgió en mí la necesidad
de tirarles un baldazo de agua fresca
para que pudieran apreciar el amanecer
sin la eterna tecnología a cuestas.
La felicidad sólo se da
cuando se comparte.
No hay fórmula, no hay guía.
Sólo podemos sentir, apreciar y vivir
el intenso contraste:
por un lado la música melancólica
con guitarras eléctricas y baterías punzantes,
tecnología delirante y poesía abstracta.
Y por el otro
música hecha con nuestras palmas,
creada mientras nos bañábamos
con un tarro de lata.
Así logramos armar una poesía
entendible a todo vestigio humano.
Una poesía que como la felicidad,
sólo se da cuando es compartida.
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