CIVILIZACIÓN Y BARBARIE EN EL RELOJ- Poesía que sirve para resucitar
CIVILIZACIÓN Y
BARBARIE EN EL RELOJ
Me agarro a las manecillas del reloj
como me agarro al pasamanos de un bus en hora pico:
apenas queda un pequeño espacio para los dedos de la mano.
¿Qué hago ahí? No puedo bajarme del colectivo
tampoco del reloj que mira a todos con cara de tibio.
El Reloj no es tibio.
Es un señor abstracto de traje que dice “apurate”
a lo que yo siempre le respondo “voy tarde”.
Voy tarde adonde sea que vaya.
Leo las noticias cuando sólo son restos de la mañana.
Desayuno un yerbeado con tostadas y salgo
a la calle que descansó de mi cuerpo, de mis pasos.
Por unas cuantas horas
el mundo se detuvo y ahora se reanuda la partida
como una rayuela extensa y aburrida.
El tiempo que me mira desde la pared es tirano
quiere algo de mí, de mis brazos,
de mi cerebro cansado, de mis ojos huidizos.
El tiempo clavado en la pared
sectoriza la existencia:
media hora para almorzar,
una para la siesta
y dos minutos para algún desahogo personal.
Vamos, quedan dos horas de entrenamiento funcional
y ya está: soy la nueva robot.
Siempre civilizada, nunca barbárica.
¿Dónde está la libertad? No puedo recordar cómo danzaba.
Y así, mido con regla el uso cordial de las palabras.
Nada de insultos, nada de literatura grotesca,
nada de arte abstracto que se vuelva
pregunta sin respuesta.
Nada de hablar de orgasmos mentales en la mesa.
Sin embargo,
dentro de las horas rutinarias
hay momentos en los que me escapo.
Tomo mi maleta hecha cuaderno
y mi sombrero vuelto lapicera
y me voy adonde quiero estar
allí donde me río de los relojes y de lo que piensan.
Me doy unos minutos sin noticias catastróficas,
sin pensar que una mujer es asesinada cada 24 horas,
sin pensar en los trabajos por entregar,
en la nota que tengo que rasguñar.
Saco la piel que presento en familia
y en mi cuarto recreo mi rostro,
mis ojos, mi llanto, mis risas y agobio.
Me vuelvo un espectáculo,
cambio de lugar los muebles.
Imito a Lana del Rey, a Paula Neder.
Cada centímetro de mi persona aúlla
con la fuerza de mil grullas gigantes de papel.
Las malas palabras se transforman en las más buenas.
Así pinto la realidad: vomitando las cosas que me enferman.
El desacertado baile de mis pasos,
la sacudida de melena
son mis herramientas de trabajo.
Así me voy bajando
despacio
y disfrutándolo como al mejor orgasmo
me bajo de la existencia cuadrada y homogénea
marcada por las manecillas del reloj tirano.
Cada segundo de liberación alcanza
para salir barbárica y despeinada
y caminar por los pasillos de la casa
como una habitante originaria resucitada.
Sarmiento se pone más serio que nunca
y yo me río.
La campaña del desierto no pudo conmigo.
Mis ancestros
han de estar orgullosos
por el tiempo de liberación invertido.
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