APOLOGÍA A MI PAÍS- Poesía bien nacionalista (ponele)
APOLOGÍA A MI PÁÍS- Marcia Castro
“Oíd el
ruido de rotas cadenas
ved el
trono a la noble igualdad”
Fragmento
del Himno Nacional Argentino.
Soy un bicho de ciudad
que sólo busca zafar
en la ciudad de la furia.
Que creció
destinado a aprender cómo no llorar,
que decidió salir a laburar
en medio de una tempestad, de una lluvia,
un terremoto,
pero sobretodo soy el que salió
en medio de una crisis económica,
que siempre pone en peligro
tu educación, tu familia, tus pasiones, tu vida, tu
todo.
Ahora estoy lejos del desastre,
en una habitación de un motel
donde nadie me conoce
y nadie me ve.
En la oscuridad sólo yo veo mi cuerpo
ante el espejo.
Y soy consciente,
de repente soy consciente.
Soy un fugitivo.
Y lo peor es que nadie me busca
para que pueda pagar por mis delitos.
Aunque no hay prueba de ello,
no hay cámaras, ni huellas digitales
que soporten el pasado habitado y malgastado.
La única prueba soy yo.
Yo y mis recuerdos, por eso me entrego
y me confieso ante el Glorioso,
y ante ustedes hermanos.
Pido perdón en primer lugar
por haber pensado que
los hombres no tenían permiso para llorar,
pido perdón por haber dejado
que las lágrimas que no probaron mis labios
dejaran de ser transparentes,
puras e inocentes,
y se volvieran de un color oscuro,
y se transformaran en una imagen
que no podré olvidar mientras los psicofármacos no
avancen:
yo, dándome duro,
la cabeza contra el muro.
Una, dos,
todas las tardes.
¿Razones?
Seguro debí tenerlas,
pero los golpes eran fatales.
Siempre terminaba desmayándome.
Y mi madre socorriéndome,
mi padre pegándome.
Y yo volvía al muro, a la tarde,
volvía como un pasajero en trance.
Pero los golpes pararon,
la fuente de lágrimas se secó por un momento
al oírte reír en clase.
Luego de conocernos,
me animé a declararte mi ilusorio amor
y te grabé trece veces una canción de los Redondos
que nunca escuchaste.
Al parecer
“Un poco de amor francés”
no fue suficiente para convencerte.
O era algo que tu cerebro yanquinizado
se negaba a procesar, abrumado.
Tal vez mis zapatillas rotas te ponían incómoda,
al igual que mi remera que revelaba
que era hincha del Tomba.
Pido perdón por haberte amado
pero más me persigo a mí mismo
por aquel día en el que muchas cosas se juntaron:
mi papá perdió su trabajo,
y yo al verte con otro de la mano,
no lo dudé: decidí dejar el secundario.
Pido perdón
por el rock en el que creí
y el padre nuestro que escupí
al ver a Messi echar un gol,
al sentir la emoción de que algo bueno vendría
por lo menos en la final del Mundial de Fútbol.
Pido perdón
por la mariguana que compré
con el dinero de la venta
de todos mis libros de inglés.
Pido perdón
por todos los momentos en los que
estando en éxtasis, reí.
Mientras, todo el mundo tomaba decisiones por mí.
Y yo me olvidaba de la existencia del mundo.
Se sentía mucho mejor que darme la cabeza contra el
muro.
Pero era lo mismo.
Pido perdón
por no tener otra cosa más productiva que hacer
que seguir disculpándome en el silencio de este motel.
Pude haberte hecho feliz, país.
Pude haber intentado hacerme feliz a mí.
Pude haberle regalado una canción
de las que me sabía
a las personas que hacían fila en el Banco Nación.
Pude haberle dicho “gracias”
a la primera maestra que creyó en mí
y en mis manitos pequeñas
y en mi corazón,
dibujado inocentemente con crayón.
Pude haber hecho algo más que quejarme,
pude haber encabezado el centro de estudiantes.
Pude haber ayudado a mi mamá
y salir a vender alfajores, turrones.
Alfileres, encendedores.
Pero no.
Podría haber elegido
una carrera universitaria
que compartiera mis latidos.
Pero éstos parecían adormecidos
por los efectos de la droga,
el alcohol, los cigarrillos.
Es tarde,
el último barco parte hoy.
Sin embargo quisiera quedarme,
cerrar los ojos
y evocar ante mí los sauzales,
lugar donde los rayos de sol eran la única verdad
y mi mente era tan lúcida
como la de Albert Einstein
y su famosa ley de la relatividad.
Ya me voy,
tengo el uniforme ahí,
en la oscuridad, mirándome hasta en lo más profundo,
esperando.
Tal vez no sirva como ser humano
porque sé el valor de mi vida
y el peso del arma que llevo en la mano.
Si muero,
que sea por una buena causa.
Si muero
que sea como soldado de una patria,
que siempre me vio
como un bicho de ciudad
que sólo buscó zafar.
Ya no buscaré zafar.
Sólo quiero paz.
Malvinas, allá voy.
Si sobrevivo,
me gustaría volver
con el peso de la muerte,
convertido en héroe
y dilucidar
mientras tomo té
a la sombra de mis sauzales
si era necesario llegar a todo esto.
¿Por qué
siempre soy,
fui
y seré
el culpable?
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